en tus silencios escondías mil sueños.
En tus besos un adiós anticipado,
en tus despedidas un te quiero y un te necesito,
pero también necesito descubir lo que era antes de que fuerámos uno.
Nunca imaginé que el amor pasara por tus carnosos labios.
Aún hoy me pregunto que fue de esta historia tan fugaz, tan real, tan inesperada.
Aún me preguntó dónde se quedó y en qué momento se perdió todo esto, todo lo que éramos.
Quizá empezara a perderse en el mismo momento en el que yo me perdí en la inmensidad de tus ojos y poco a poco fui reduciendo momentos para mí para tener momentos compartidos que nunca acabaron llegando.
El amor es tiempo, tiempo juntos pero también tiempo por separado.
Tiempo para echarse de menos. Para echar en falta tus manos sobre mi pelo, tus besos en mi oído, tus tontas formas de decirme te quiero.
Somos como el escritor que varía mil veces la historia de su cuento, acumulando papeles arrugados en la papelera de su escritorio (y de su vida).
Soy escritor y sé muy bien lo que me digo cuando afirmo que en todos esos personajes y en todas esas historias abandonadas a su suerte en una papelera, hay una pequeña parte del escritor.
Una parte que no se pierde, una parte que de una forma u otra renacerá en otra historia y en otro personaje, no sé si mejorándola pero si volviendo a darle la vida que se merece.
Lo mismo pasa con las historias de amor, que a veces tu única alternativa es volver a empezar otra aunque en la anterior hayas dejado marcada una gran parte de ti.