domingo, 3 de abril de 2016

Muérdeme la pena

La droga es un
“hey, estoy aquí,
voy a retwittearte 
hasta que dejes pulsado mi culo,
y un corazón hipócrita 
y cobarde 
dicte:
me encanta”.
Pero la metadona no llega.

Con los dedos tatuados de rabia,
he empezado a escupir tinta sobre tu nombre
y ni siquiera el papel
podía soportarte.
Así que me he armado de valor
y te he soltado 2123 indirectas
que no leerás
publicadas en mi mente.

Tengo tantos cactus por dentro
que parezco una muñeca vudú
hecha a tu imagen
y que se asemeja a un doble check azul.

La ansiedad me aprieta el pecho
y las ganas,
y no hago más que…
Bueno, no hago más.
Porque hemos dejado de hacer,
simplemente.

Ya no somos,
ni hacemos,
ni nos hablamos,
ni nos mojamos el alma 
con la punta de los versos
ni nos.
Nada.
Porque no hay
nada. 

Lo cierto es que sigo enferma
de dramatismo agudo,
y he decidido echarme a morir
con la simple idea
de que me olvides.

Así que,
con la generosidad que me otorgo
por no querer dejar mis trozos cerca de nadie,
me he construido una casa
encima del infierno
para que los demonios no tengan que pagar transbordo,
ahora que vienen y se me llevan
tan a menudo.






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