Sabores
oníricos.
Un despertar que a duras penas se puede llamar así al carecer el
elemento básico del sueño. Más bien una conciencia repentina minada de
preguntas que intuye lo sucedido apenas partiendo del sabor a papel quemado y
sangre todavía persistente entre la muela superior y la encía. A partir de ese
momento sin duda volvía a empezar una vida, una nueva oportunidad de concebir
el sueño de mañana. Hasta ese limite se paraba la nueva existencia originada de
la profunda duda que plagaba todo lo que la había amenazado la noche (día?)
anterior. Restaba buscar en cualquier lugar que no fuera epidérmico alguna
explicación con la cual poder restablecer una rutina anti destructiva. Quizás
en las sabanas, sustitutas de desnudez, reposaba algún mensaje apócrifo y
cifrado de un abismo inconsistente con la rutina perfeccionista con la cual se
esta acostumbrado a dormir, a despertar. Como si en los valles de sabanas
humedecidas de sudor y almohadas hechas nudos, se escondiera un indicio onírico
de lo que cambiaría tan solo la forma de despertar y nada más. El entorno y la
lucidez eran normales, el reflejo que se podría esperar encontrar en el espejo
tampoco parecía haber cambiado. Lo preocupante, lo precioso inubicable, era
aquello que no podía ser fotografiado y que por lo tanto había sumido ese
cuerpo letárgico y confundido en los excesos y equivocaciones que parirían
semejante amanecer quemado. Lejos de buscar responsables, se buscaría algo más
valioso, la cordura para asimilar lo sucedido y el coraje para aceptarle una
derrota a la noche y a sí mismo. La sola propuesta de levantarse parecía
lejana, como si se firmara un contrato a futuro con las extremidades para
elevarse sin importar las preguntas carentes de respuesta y continuar un camino
que terminara con la misma cama y las mismas sabanas pero conservando sí quiera
el recuerdo de ese encuentro voluntario. El amargo sabor a nada no produce
indicios del porqué ya que el cómo no intriga, ese cómo es tan insignificante
como el hecho de carecer de pasaporte dentro de casa. Quizás solo quedaba el
improvisado aprendizaje de un braille para los desafortunados que con los dedos
y la lengua aprenden a leer en sus camas y en su cuerpo la verdad de sus
mentiras y a descifrar el misterio de la vida no como cuestión metafísica sino
como probabilidad biológica.
Yo no debería estar vivo ni debería estar despertándome ante este hoy
corriente pero ausente de sentido, después del ayer sin recuerdo y sin placer.
Sin embargo quizás carecer de información provee el punta pie inicial del
coraje para continuar en una senda de duda eterna, a pesar de la cual, es
concebible una ducha, un cepillo de dientes y un rato de reposo antes de
aventurarse de nuevo a esto que llamamos vida y que creemos juego.
Junio dos de 2015
SJ.
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