miércoles, 24 de junio de 2015

Sabores oníricos, escrito por @SANT1460

Sabores oníricos.



Un despertar que a duras penas se puede llamar así al carecer el elemento básico del sueño. Más bien una conciencia repentina minada de preguntas que intuye lo sucedido apenas partiendo del sabor a papel quemado y sangre todavía persistente entre la muela superior y la encía. A partir de ese momento sin duda volvía a empezar una vida, una nueva oportunidad de concebir el sueño de mañana. Hasta ese limite se paraba la nueva existencia originada de la profunda duda que plagaba todo lo que la había amenazado la noche (día?) anterior. Restaba buscar en cualquier lugar que no fuera epidérmico alguna explicación con la cual poder restablecer una rutina anti destructiva. Quizás en las sabanas, sustitutas de desnudez, reposaba algún mensaje apócrifo y cifrado de un abismo inconsistente con la rutina perfeccionista con la cual se esta acostumbrado a dormir, a despertar. Como si en los valles de sabanas humedecidas de sudor y almohadas hechas nudos, se escondiera un indicio onírico de lo que cambiaría tan solo la forma de despertar y nada más. El entorno y la lucidez eran normales, el reflejo que se podría esperar encontrar en el espejo tampoco parecía haber cambiado. Lo preocupante, lo precioso inubicable, era aquello que no podía ser fotografiado y que por lo tanto había sumido ese cuerpo letárgico y confundido en los excesos y equivocaciones que parirían semejante amanecer quemado. Lejos de buscar responsables, se buscaría algo más valioso, la cordura para asimilar lo sucedido y el coraje para aceptarle una derrota a la noche y a sí mismo. La sola propuesta de levantarse parecía lejana, como si se firmara un contrato a futuro con las extremidades para elevarse sin importar las preguntas carentes de respuesta y continuar un camino que terminara con la misma cama y las mismas sabanas pero conservando sí quiera el recuerdo de ese encuentro voluntario. El amargo sabor a nada no produce indicios del porqué ya que el cómo no intriga, ese cómo es tan insignificante como el hecho de carecer de pasaporte dentro de casa. Quizás solo quedaba el improvisado aprendizaje de un braille para los desafortunados que con los dedos y la lengua aprenden a leer en sus camas y en su cuerpo la verdad de sus mentiras y a descifrar el misterio de la vida no como cuestión metafísica sino como probabilidad biológica.

Yo no debería estar vivo ni debería estar despertándome ante este hoy corriente pero ausente de sentido, después del ayer sin recuerdo y sin placer. Sin embargo quizás carecer de información provee el punta pie inicial del coraje para continuar en una senda de duda eterna, a pesar de la cual, es concebible una ducha, un cepillo de dientes y un rato de reposo antes de aventurarse de nuevo a esto que llamamos vida y que creemos juego.


Junio dos de 2015



SJ.

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