Obsesiones incurables
Me pinté
los labios de rojo. Los repasaba una y otra vez perfilando el límite de la piel
y la carne, apretando fuerte, haciendo muecas, bailando delante del espejo sin
música una canción, repitiéndola una y otra vez en mi cabeza, tengo una
obsesión terminal, incurable, incorregible, indeleble, perenne.
Las patas
del mueble tenían polvo. Un polvo ya incrustado, pegado, debido al tiempo.
Cuando lo compré no recuerdo la elección, ni la ilusión, ni el lugar, sólo el
momento. Recuerdo cuanto hace de aquello y me obliga a repasar la película de
lo vivido sin tener ganas, como una especie de imán que atrae la chatarra
sentimental. Historias vividas que habían quedado en el olvido.
Leí las
últimas frases del libro, pronto empezaría otro, como cuando como helado con
los dedos, devorándolo letra a letra, pasando las páginas como si fueran hojas
de seda.
Me tumbé
en la cama mirando al techo, imaginando el cielo, jugando con algunos mechones
de pelo, susurrando a los meses abril, mayo y junio, cantando a la
primavera.
Por
favor, ven, ven y conviértete en fácil, hazlo todo simple.
Regálame
un poco de tus besos donde no existe el miedo y todo está resuelto.
Regálame
un poco de tu alma que quiero volar un rato.
Regálame
un poco de tu sexo que quiero amar una eternidad.
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