Fue un largo camino, una gran distancia tal y
como me gusta, al lado de la ventanilla para deleitarme no como un niño sino
como un cachorro en su primer paseo en automóvil, casi sin poder disimular
la fascinación de observar el paraíso; verde, mucho verde en
infinitas presentaciones, y en medio de las imponentes montañas y
el eterno color esperanza unas cuántas manchas amarillas, guayacanes como
pavos reales, cortejando mi vista con su belleza, llenos de vida, extendiendo
sus florecidas ramas, dejándose acariciar por la brisa, la misma que
arrebata una que otra flor para ponerla a sus pies, toda una obra de arte, un
tapete amarillo, un sendero de honor. Un par de metros más adelante me
encuentro frente a un pedazo de brócoli gigante, frondoso e imponente, lleno de
vida, abrazado por miles de raíces, no daba lugar a un sólo centímetro carente
de las más finas curvas y los más perfectos relieves.
En el corazón de la majestuosidad un pequeño
caserío, minúsculo y mimado, escoltado por las silenciosas montañas, pueblo de
paracos y humildes campesinos, apenas un par de lomas llevando a cuestas kilos
de coloridas tapias, en medio de las calles llenas de boñiga una anciana
camina, con suerte tendría apenas un poco menos de 80 años, sonríe, lo hace
libremente dejando expuestos un par de dientes de oro, sonrisa llena de
vaivenes, cada arruga grita una realidad, dibuja una travesura y recuerda un
amor; su sonrisa se tatúa en mi alma y es inevitable cuestionarme, divagar e
imaginar cuál será mi adorno en el atardecer de este camino, tal vez tinta sobre
mi piel, un par de cicatrices, las inevitables arrugas y una que otra mancha de
sol; lo normal, lo común, lo inherente a este pedazo de carne y huesos.
Miro mi mano, imagino la tuya entrelazándola, ahora
jóvenes... después un tanto viejas, ahora físicas... más allá un tanto
intangibles, sutil adorno en el ocaso de mi vida; toda una vida para
adornarte de historias y caricias, mil y una sendas juntos, centenares de
lugares, las mismas almas, millones de motivos, las mismas sonrisas
encontradas, infinidad de formas y una sola esencia: tú y yo observando cada
día al dejar encontrar nuestras manos un perfecto ornamento teñido de
amor.
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