jueves, 10 de marzo de 2016

Un Alma de Praga en El Puente del Ocaso

 Se encontró dispersa, veía el reloj oscilar, era ese un extraño reloj, sus agujas en vaivén, de las dos  a las tres, le atraía ese movimiento, pensaba en fenómenos extraños, siempre tuvo una declinación hacia ellos, las rarezas tenían un especial encanto, imaginaba expresiones raras en personas inexistentes, se maravillaba con su imaginación irradiada mientras veía ese reloj y escuchaba la lluvia, era una lluvia torrencial, fenómeno extraño pues esa ciudad siempre estaba resguardada por el sol, esa ciudad que sentía tan ajena y que de pronto con esa lluvia se había hecho sublime.

 Tiritaba en su asiento y eso le producía un placer singular, era ella una criatura singular después de todo, con su reclusión, perfecta a ratos, su actitud púdica, su fisonomía espectral con aliento de rosal y animo vacilante, su cuerpo yermo y atento, sus ademanes de niña tímida y ave insegura, tanta ternura y sensibilidad, toda una anomalía.

 Su entrevista seria a las tres, ella tan solo esperaba con el sonido de la lluvia y su imaginación dibujada, entre divagaciones de vida, esperaba, así como había hecho toda su vida.

 La recepcionista la llamaría y con su precaria sonrisa atendería. ¿Por qué torturarse de tal manera? Someter su rostro a la vanidad de las impresiones, darle forma a esa sonrisa de atavío que en realidad despreciaba, con el único fin de agradar, entendió entonces la cohesión reinante en el mundo en el que se desplazaba, no una cohesión agradable, mas bien una nefasta unión, un nexo entre personas deshabitadas y otras inundadas. Cohesión a otros seres que ella no elegía, esos que decían ser humanos, esos, tan carentes de humanidad, mecánicos; pensó en un sórdido hombre, empeñado en el seco nivel económico, en la imagen vana, dejándose de lado, abandonando a su ser, alejándose de si mismo, ¡qué hombre tan muerto! pensó, ¡qué hombre tan abundante! concluyo.

 Al final no encontró respuesta (como solía suceder) y su aversión incremento, divagando en exceso sobre nebulosas de quien sabe que esencia. Era quizás mas metafísica que otra cosa. Sus pensamientos no dejaban de fluir pero en su imagen, ella en realidad se mostraba serena. Después de todo uno es cualquier cosa menos la imagen.

 La recepcionista llamo y ella mostró su sonrisa, esta resulto encantadora, paso entonces a la oficina del editor para su entrevista de trabajo, caminaba con su habitual titubeo, el titubeo sin embargo fue ignorado gracias al esmero mañanero que puso en su estética.

 Se planto en el asiento de cuero y los hilares de su mente continuaron fluctuándose.

 ¿Se trataba de supervivencia? Obtener el empleo, la seguridad salarial, estabilidad y así un agradable departamento, lates por las mañanas, un vestido rojo, mas libros, una bonita biblioteca y un escritorio de lujo...
 ¿Todo material? ¿Todo dinero? ¿Era acaso libre? ¿Por qué no podía ir a ningún lado sin efectivo? ¿No había ido al lugar correcto? ¿Supervivencia? ¿Por qué no solo vivir? En el mundo que conocía eso era la vida, no es concebida de otra forma, no sin posesiones, sin estabilidad, sin dinero. Posesiones, ¿y una pareja? así cada hilar continuaba.  

 En ese momento noto al editor, tendría unos treinta años, su fisonomía era mas que agradable, bastante apuesto en realidad, una lastima que ella no se fiara de las apariencias, su aversión suscito entonces para rechazarlo pero la ternura de su esencia la detuvo. Algo le impedía concluir su análisis sobre aquel hombre. No se fiaba de las apariencias pero no por eso le encontraba enteramente desdeñoso. Vio luz en él, eso veía en cada ser a pesar de que al final estos se mostraban feroces e indolentes. No logró prever la escena siguiente por tal razón.

 Su retorica era penosa y por lo tanto su elocuencia lamentable, el editor por el contrario poseía estas facultades, era simplemente encantador, se jactaba de su buena retorica, embellecía sus expresiones, se mostraba soberbio, utilizando el arte de la palabrería. Ella se mostró como espectadora, fue una situación singular tomando en cuenta la naturaleza de la entrevista.

 Cuando pronuncio palabra fue penoso, se asomaba con destellos entre sus pocas palabras, estas sutiles y torpes. Su melodía titilaba y su voz era apenas perceptible, poseía su tono sin embargo una afectación delicada y agradable.

 Mientras su voz exteriorizaba, mantenía ella la conversación habitual consigo. El dialogo (si es que había uno) continuaba.

 ¿Es repulsivo este hombre? Tanta fluidez en su melodía, parece engañarse, quizá habla exceso con el hombre, con el mundo, muy pocas veces hablara consigo, ya ni sabrá de que es su esencia, probablemente se ha olvidado, tan enfocado en impresionar se ha olvidado de impresionarse a si mismo, se ha olvidado tal vez. En mi caso he olvidado el mundo, ese en el que todos viven. Se siente todo ajeno, una conexión esta perdida, conectar es lo que se necesita, al final es el equilibrio. ¿Qué es peor? ¿Perderse uno o perder el mundo?

 Formulaba estas interrogantes y su melodía exterior danzaba en su inexperiencia en el aspecto laboral.

 El editor parecía distraído, apenas atento a las palabras nacientes de esos labios rosados, se levanto de su asiento, daba pasos resueltos de un lado a otro, posando sus dedos en las comisuras de su boca, todo esto por quince minutos, luego impaciente se detuvo y levanto a la mujer de ese asiento de cuero.

 Ella perpleja y muda se dejo tomar, todo se torno blanco en su mente, ningún dialogo surgió.

 La tomo por la cintura y ella le miro a los ojos, entonces su esencia le broto a las pupilas, su mirada dilataba a un ser repugnante, no le encontró apuesto, el rostro encantador se trastoco a uno ensombrecido, la maldad se apodero de su imagen.

 Entonces le desgarro la camisa y los botones dorados cayeron, pálidos senos se resguardaban en un sostén color crema, el editor poso sus sórdidos labios sobre el cuello de la mujer, los apáticos dedos tomaron sus senos, junto su entrepierna a la de ella. Intento apartarle pero nada consiguió, él la apretó con fuerza asegurando su virilidad, la estrujo a la puerta pero se detuvo en el acto.

Hizo una pausa para descubrir por completo a esa virgen mujer, removió toda la falda y se aparto de ella, paso sus dedos por sus labios de forma lenta y pomposa. La observaba, deleitándose.

 Tenia ella una forma virginal y tierna; senos puros, intactos hasta entonces, provocativos y delicados, caderas prominentes y de alguna manera frágiles, cintura pequeña, perfecta para dos manos fuertes, abdomen llano, inexplorado, pubis extremadamente delicado y por tal razón bello, lánguidas piernas, nevosas y esculturales.
 
 El editor la miraba pasmado, exhorto en los pasajes de ese cuerpo, ella se cubría el rostro con las manos, entre lagrimas y pudor, una a otra caían por su rostro, sin ningún sonido; se convirtió ella en la personificación del pudor, tanta honestidad, timidez, vergüenza, belleza.

 El editor no tuvo el valor, su instinto animal desapareció al observar tan virginal escultura, no seria él quien manchara tal obra, ese rayo de luz que ella diviso al principio se manifestó, la escena duro unos minutos, ella inmóvil, él atónito y maravillado.

 Nada dijeron, él dio unos pasos hasta su escritorio, dándole la espalda, ella con la poca fuerza que aun tenia recogió sus ropas, se cubrió y marcho.

 Salio de ese lugar, aun en blanco, desvaneciendo, sus frágiles piernas titubeaban. Caminaba con rapidez, el viento pasaba por su cabello y ella aceleraba el paso, queriendo borrar lo ocurrido, buscando el olvido, anhelando que el viento le pasara por el alma, que lo removiera todo, luego entendió que no lo lograría, los dedos de ese hombre en su cuerpo marcados, sus labios, todo él, eso no se lo llevaría el viento así que se detuvo, miro a su alrededor, rostros vacíos, sueños extintos, se atrevió a juzgar, encontró todo tan precario, nefasto, pérfido, metálico.

 ¿Qué hacia en ese lugar? ¿Por qué? ¿Por qué no se hallaba en ningún sitio? ¿A donde huir? ¿De qué escapar? ¿Qué era lo que en verdad quería?

 Todo se acumulo entonces en su tumultuosa mente, tiritaba cada parte de su cuerpo, su alma desorbitada, el corazón ensanchado por alguna razón, un brollo su interior. Sin embargo en el exterior era sólo una mujer, nadie sospecharía lo que en verdad se desarrollaba en ella, una mujer entre tantas pensarían todos a su alrededor, una y nada mas.

 Ella solo quería escapar, dormir y despertar en una cama de lino, abrir la ventana y aspirar la floreada mañana, encontrar una sonrisa genuina, ser bañada por la brisa del amor. Era tan simple e inalcanzable como eso, un sueño entre tantos.

 En medio de dichos pensamientos se cernió la noche, casi sin darse cuenta la ciudad que la acogía se vistió con el manto nocturno.

 Llego entonces a El Puente del Ocaso, tuvo una sensación inusual, cada fibra de si se estremecía, su pecho afloraba, un jardín nacía en ella, también ramales coloridos y frutos de vida, se sintió y cerro sus ojos, extendiéndose con su alma.

 Se transporto a Praga, usaba ella un vestido de antaño, se veía por primera vez como en su interior se sentía, su cabello floreado de hermosos bucles, caían de forma majestuosa alrededor de su rostro y sobre poco mas abajo de sus hombros, brilloso y exclamando vida, su rostro en armonía y sus ojos castaños como ventanas de su alma dilataban una belleza jamas admirada, tan delicada y sublime.

 Era un día hermoso de primavera, caminaba tomada del brazo de un hombre al que no encontró como describir, se sentía segura a su lado, ambos reían e intercambiaban melodías, su animo era cálido y amoroso. Todo alrededor de ellos se unía a su dicha, tal belleza en esa escena, de esas que dibujan los poetas con el alma primorosa, esa que no viven sino los que aman, el aire puro, las delicadas flores, el jardín verdoso, el sol clemente, varios pares de alas les susurraban cumplidos, escuchaban tonadas de adoración, el ambiente tenue para los amantes. Pararon el recorrido para sentarse en un banco a la sombra, él tomo las suaves manos de ella, removió los guantes que las cubrían y les planto un efímero beso, impregnado de su alma. Dirigió su mirada a los ojos de ella y se acerco para susurrarle con cuidado el sentimiento que le imprimía a su corazón, nada prometió, solo le entrego su alma con su aliento, sellando sus palabras con un beso a esos sonrosados labios de cerezos.

 Entonces abrió sus ojos, se encontró de vuelta en esa ciudad metálica que despreciaba, se dio cuenta, lo entendió, luego de pasar su vida divagando, no pertenecía a esa ciudad, a ese mundo, no a esa época, no a ese lugar.

 Nació en la época equivocada, muy tarde ya, su tiempo había pasado, ella no pertenecía, un alma antigua en un mundo moderno. Su hogar era Praga, era un alma de Praga, su edad era otra, pertenecía a un mundo inexistente donde el pudor era admirable, donde la belleza traspasaba el plano físico, donde el amor era una aspiración y la naturaleza el hogar, era un alma romántica, pertenecía con los románticos eso extintos en la modernidad.

 El descubrimiento la aturdió, así floreada en El Puente del Ocaso, todas las respuestas arribaron, su alma lanzo un grito que nadie escucho, las lagrimas bañaron sus flores y su jardín, la empaparon y cayo de rodillas, descubrió quien era, nada puede ser tan reconfortante y devastador como eso.
 
 Un Alma de Praga en El Puente del Ocaso, toda su vida divagando hasta entonces, no encontraría su lugar, ese se hallaba siglos atrás. El amor era su vida, pero ya no había amor en ese mundo en el que se deslizaba, un alma romántica no puede hallar armonía en un mundo metálico.

 Veía las luces de los automóviles mientras se levantaba, nada mas tenia que hacer, ahora sabia quien era, encontró las respuestas, se sintió por completo, ya no mas divagaciones.

 Una sonrisa inundo su empañado y sereno rostro, se lanzo a los depredadores de la modernidad, fue arrollada sin mas por un maserati rojo, no sintió dolor, al fin descanso con el alma primorosa y floreada. Podría ir a Praga ahora, a esa época que era la suya, a su hogar, junto al amor y al lado de su amado, su alma romántica en Praga, al fin en libertad.

         

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