viernes, 25 de marzo de 2016

Un día precioso para la tristeza

 Era un día para sentirse triste, hacerse ovillo en la cama y levantarse para caer estocada en un piso de mármol.  

 Era un día precioso, en días cómo ésos no pueden sino anudarse gargantas y deshojarse las almas. 

 Decidió que no sería sino miserable, no serviría de nada huir, ella no lo intentaría.  

-Hay tanta belleza en la tristeza, los días bellos son para llorarse, para sentirse -esto se decía entre lágrimas ardientes que empapaban la almohada. 

 -¡Tanta belleza! -se repetía mientras la voz se le cortaba.  

 Ni siquiera podía encontrar una razón para esa tristeza, para esas lágrimas desbocadas. 

 -La verdadera tristeza no tiene razón, las lágrimas genuinas no tienen motivo, por eso el sentimiento es puro, sin razones, esto es pureza -se decía para consolarse. 

 Se repetía la escena, las lágrimas corriendo y su voz débil intentando apaciguar la tristeza, la escena era la misma pero el sentimiento era siempre nuevo; la tristeza siempre es nueva, se emperifolla y aparece triunfante, arrebatandolo todo así cómo el amante que reaparece frente a su amada robandole el aliento con un ferviente beso. 

 Ella se hacía ovillo entre las sábanas mientras el sol primoroso besaba a tantas almas, llevó sus manos entre sus muslos mientras cada lágrima nacía, una más pesada que la otra, una más hermosa que la anterior. 

 Muchas veces había querido compartir su tristeza, en tantas ocasiones había deseado mostrarse con sus lágrimas nacientes y otras amontonadas en la barbilla para que alguien se las secara a besos, y la llevara cómo una niña a comprar una paleta de colores y luego al parque, jugar en un columpio y pretender  que la llevaría fuera de la tierra, tantas veces lo había deseado pero al final era lo mismo, lágrimas mojando la almohada, sollozos murmurados y palabras siempre brotando de sus mismos labios, de esos indeseables labios. 

 El día era precioso, se colaba por la ventana de ese cuarto verdoso, -precioso para la tristeza -se dijo nuevamente. 

 Su alma se deshojaba poco a poco, las lágrimas hacían gotear la almohada, quería el pecho de ese hombre, mojarlo con su sentir, hacerle mar mientras reposaba en él, pero él se había marchado a salvar el mundo con las manos en el cabello. 

 Solo quedaba ella y el día precioso para la tristeza, se encogia cada vez más, ya cuando no pudo menguar cerró sus ojos, la ciudad de Santiago apareció, por sus avenidas se paseaba un hombre que alguna vez reconoció en su corazón, ya no era nada, no más que un simple hombre, sólo una vaga sombra.  Veía después caras conocidas y el pueblo que siempre la había abrazado sin amor , esos rostros eran deformes, todos nefastos por sonrisas falsas, ese pueblo carecía de color. Luego vio a su familia reunida entorno a una mesa dorada, brindaban con vino blanco, todos usando máscaras, llevando esos rostros inmutables. Ya al final vio a el hombre de la barba rojiza, ése que descansaba siempre en su corazón, lo veía con una sonrisa tímida por las calles y luego regando las flores de su precioso jardín, esa última fue una imagen hermosa, nuevas lágrimas brotaron pero esta vez lágrimas coloridas, cada vez que le sentía todo se coloreaba. 

 Decidió levantarse, los colores mancharon su rostro, se levantó, miró el espejo encontrando ajeno ese rostro que se reflejaba, -la imagen es nefasta -se dijo decepcionada. Quería ella algo distinto, abandonar ese extraño rostro, ese apacible y aburrido cuerpo, abandonarse en una flor, ser una gota en cualquier lluvia, tener las formas de una nube, ser unos ojos azules, luego otro rostro, uno gozoso, otro cuerpo, uno deseoso. 

 Se lavó el rostro, queriendo hacerse la nada, se lavaba entre lágrimas y jabón de bebé.  

 Se vistió débilmente, sabiendo que toda esa forma no era ella, ése cuerpo dócil con curvas suaves, senos apenas perceptibles y todo lo demás pobremente formado, todo eso, ajeno.  

 Llevaba un vestido floreado, sus lánguidas piernas respiraban, se dio un último vistazo antes de salir con ese hermoso día para la tristeza, notó que lo único armonioso en su rostro eran sus ojos oscuros, su esencia brotaba de ellos, florecia, desbordaban su alma, eso  la reconforto en ternura. 

 Definitivamente, era un día precioso para la tristeza, los pájaros cantaban Gota de Rocío mientras los árboles serenos maravillaban a la tierra,  flores reían ignorando su belleza y los niños pensaban en el amor al comer un helado de vainilla.  

 Ella se maravillaba con tanta hermosura, el aire era cómo bocanadas de amor, contenía las lágrimas, su alma conmovida se movía con delicadeza.  

 La vida la saturaba con sus colores, ella se tendió para sentir el césped, se desbordaba mientras tendida miraba el cielo, miró una nube, conmovida las lágrimas cayeron, lágrimas hermosas contenedoras de la vida ímpia, la nube era magnífica, tanta belleza en sus sutiles formas, ella lloraba mirándola, era un día precioso para la tristeza después todo. 

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